lunes, 14 de julio de 2008

LA NACION Y LOS CORTES DE RUTA

Aquí va la respuesta a la adivinanza. Se trata de una editorial del diario La Nación publicada el 19 de junio de 2001, a propósito de los cortes de ruta de movimientos piqueteros en la ciudad salteña de General Mosconi.

Corte de ruta sangriento

Los trágicos enfrentamientos que se registraron anteayer en la provincia de Salta cuando efectivos de la Gendarmería Nacional, en cumplimiento de una orden judicial, intentaron desalojar a los piqueteros que mantenían bloqueada la ruta 34 desde el 30 de mayo último, pone de manifiesto una vez más el peligrosísimo germen de violencia que contienen las manifestaciones de protesta que se traducen en la ocupación indebida de lugares públicos.

Suponer que se puede interrumpir tumultuosamente durante 18 días el paso de vehículos por una vía de comunicación de vital importancia para el movimiento comercial y civil de una provincia sin que la autoridad pública intervenga en algún momento para restablecer el orden equivale a considerar que las leyes de la República no deben ser cumplidas y que los derechos de sus ciudadanos pueden ser pisoteados con absoluta impunidad.

Según la versión de los hechos proporcionada por las autoridades nacionales, los efectivos de Gendarmería fueron agredidos con disparos de armas de fuego por un grupo de francotiradores cuando intentaban persuadir a los manifestantes, con medios pacíficos y sin emplear la fuerza, de que dejaran de obstruir la ruta 34.

El juzgado federal N° 1 de Salta, que ordenó el desalojo de la ruta, manifestó asimismo que personas provistas de armas largas tipo FAL y cortas, con abundante munición y poder de fuego, balearon a los gendarmes y desencadenaron, así, los sangrientos choques que dejaron el lamentable saldo de muertos y heridos que se conoce. También el gobernador de Salta abonó la versión de que grupos civiles infiltrados entre los manifestantes fueron los primeros en abrir fuego contra los servidores del orden y atribuyó la responsabilidad por lo ocurrido a un plan de acción política gestado por grupos extremistas que tienen especial interés en evitar que los conflictos sociales se resuelvan pacíficamente.

Sectores vinculados con los piqueteros brindan una versión diferente de los hechos y hablan de que los manifestantes habrían sido reprimidos con violencia, pero el hecho de que 24 gendarmes hayan sido heridos en las piernas con balas -algunos de ellos se encuentran en estado grave- revela inequívocamente que entre los participantes de la protesta hubo personas que usaron armas de fuego y que la denuncia del gobernador de la provincia no carece de fundamento.

El corte de rutas se instaló en los últimos años en el país como método habitual de protesta para reclamar soluciones a determinados conflictos gremiales o para exigir medidas tendientes a paliar los efectos del desempleo. Sin dejar de reconocer que los niveles de malestar social son hoy en la Argentina muy elevados y que las quejas de los sectores más desprotegidos de la población están en muchos casos justificadas, es obvio que el recurso de obstruir las vías de comunicación de la República sólo sirve para agravar los conflictos y generar focos de violencia que alejan aún más la posibilidad de resolver de manera adecuada los problemas planteados.

Desde esta columna editorial hemos advertido en numerosas oportunidades que el corte de rutas constituye por sí mismo un acto de violencia inaceptable, que vulnera principios constitucionales, como los que garantizan el derecho de todo ciudadano de transitar libremente por el territorio nacional y de ejercer la libertad de comercio. Por lo tanto, los poderes del Estado no pueden permanecer indiferentes ante esa clase de provocaciones y tienen la obligación de asegurar la plena vigencia de esos derechos, reprimiendo a quienes obstruyen con prepotencia los lugares públicos y liberando las rutas de obstáculos.

Por lo tanto, quienes dirigen y organizan estas demostraciones de protesta deberían reflexionar severamente sobre las consecuencias de su irreflexiva conducta y comprender que utilizar la violencia para reclamar soluciones a los desequilibrios sociales sólo contribuye a engendrar males mayores que los que se pretende conjurar.

Lamentablemente, estas verdades sólo se advierten cuando ya es tarde, cuando ya la tragedia se ha consumado y la irracionalidad ha cobrado vidas humanas. Es hora de que las dirigencias gremiales asuman la responsabilidad que les cabe por los desórdenes que contribuyen a provocar y tomen conciencia de que la vía del diálogo y la negociación es siempre más fructífera que la de la provocación y la violencia.

Pero esto opinaba el mismo diario, siete años después, tras la "tremenda represión que sufrió" el chacarero entrerriano Alfredo De Angeli.

La siembra de odio y resentimiento

Hoy, la Argentina está nuevamente crispada, con la posibilidad cierta de que ocurran peligrosos enfrentamientos. Y no por obra de la casualidad, lamentablemente. Los hechos ocurridos ayer en Gualeguaychú, cuando una multitud de argentinos se volcaba a las calles de las principales ciudades y hasta de pequeñas localidades del país, para protestar por la detención del dirigente de la Federación Agraria de Entre Ríos Alfredo de Angeli y unos veinte ruralistas más, prueban que la Argentina está otra vez muy cerca de vivir momentos que no deberían repetirse nunca más.

En primer lugar, estamos crispados por un estilo de gobierno suficiente y a la vez empecinado, que exige respeto, pero que es incapaz de respetar. Que no se empeña sinceramente en tratar de afianzar la paz interior, sino que apunta a dividirnos y separarnos. Que no concibe que exista espacio alguno para el diálogo: todo es imposición, como si gobernar no implicara la sabiduría de rectificar rumbos frente a los errores que todos cometemos.

Estamos ante un estilo de gestión incapaz de entender que gobernar es también saber escuchar. Que, arrogante, cree ser dueño de la verdad y tener todas las respuestas. Que no advierte que la ignorancia es hija dilecta de la soberbia. Que simplemente no tolera el disenso. Que demoniza y humilla a sus adversarios y ataca, cada vez más, a los medios periodísticos independientes. Que no vacila un instante en denostar, insultar y lastimar, pero que se ofende ante los meros desacuerdos. Que cada vez está más sospechado de falsear abiertamente la realidad. Que se rodea de sumisos, y de sospechas de abusos y de corrupción. Que intenta controlar todo y a todos. Que, para someternos a todos, pretende que comamos siempre de su mano, lo que es una afrenta a la dignidad. Y que, además, amenaza e intimida de mil maneras.

También nos crispa una enorme concentración de poder político en pocas manos, con fórmulas inéditas entre nosotros, que nos empuja vertiginosamente hacia el autoritarismo. Aquella que alguna vez mereciera que el visionario Alexis de Tocqueville señalara, en su clásico La democracia en América : "Creo que la centralización extrema del poder político termina por enervar a la sociedad y por debilitar, a la larga, al mismo gobierno".

En el camino, hemos sido mudos testigos de una profunda y caprichosa deformación de principios esenciales de la Constitución, a la que demasiados, angustiados por la crisis de 2001, consintieron en silencio, por largo rato. Existe, asimismo, un vergonzoso sometimiento de alguna parte de la Justicia al poder político. Se ha destruido, en los hechos, el federalismo financiero. Vivimos acostumbrados a los silencios cómplices de muchos de nuestros legisladores, gobernadores e intendentes, como si fueran normales; algo que, por imperio de la seducción que ejercen los negocios con el Estado, se extiende a parte de nuestra dirigencia privada.

En ese ambiente, se advierte fácilmente la falta de coraje en muchos de nuestros políticos y dirigentes empresariales. Y, además, una falta de solidaridad real con quienes viven efectivamente postergados.

En este escenario, en el que una estructura de poder parece estar devorando todo para sostenerse a sí misma, no resulta extraño que la siembra permanente de odio, rencor y resentimiento nos crispe y nos divida.

Sin embargo, como lo hemos hecho numerosas veces desde estas columnas en los últimos tres meses, reiteramos que, hoy más que nunca, vale serenar los ánimos y buscar, y encontrar, nuevos caminos para retomar las negociaciones -una tarea ineludible para el Gobierno, porque tiene en sus manos las herramientas para hallar la solución-, pero esta vez sin desplantes y sin engaños. Está en juego la preciada paz de la Nación argentina, y nuestra sociedad espera que se haga realidad, y el diálogo y el reencuentro fructifiquen por fin.

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